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martes, 1 de junio de 2010

Catarsis




Dedicado a la Mujer Maravilla que me habita, que por culpa de tres motorizados
hoy no se siente tan Maravilla




Ayer fue para mi un día normal solo hasta las siete de la mañana, cuando el universo, mercurio retrógrado, o no sé qué instancia, dispuso que me cruzara en el camino hacia mi lugar de trabajo con tres motorizados amigos de lo ajeno quienes, armas de fuego en mano y en menos de 15 segundos me despojaron de mi tranquilidad y mi cartera: documentos de identidad, celular, tarjetas de crédito, cable de carga del celular, pastillas para adelgazar, recibos viejos, y quizás papel envoltorio de algún chocolate de esos que irónicamente comemos para sobrellevar con mejor humor la dieta. Uno de los motorizados – el que se acercó por la ventana del conductor- ya había intentado asaltarme la semana anterior, solo y sin arma, pero se consiguió con mi deseo de no seguir engrosando las estadísticas de inseguridad de ésta, nuestra imposible ciudad. Ese día utilicé mi vehículo como arma y en dos oportunidades le hice perder el equilibrio y caer de su moto. Ayer al verme rodeada por tres hombres que apuntaban sus armas hacia mi, no tuve más remedio que entregar mis pertenencias y un poco, solo una pizca, de mi dignidad.

Lo único que cayó de mi cartera en el instante en que intentaba hacerla pasar por el pequeño espacio de la ventana que abrí fue mi estuche de maquillaje. Me causó gracia pensar que el mensaje era algo así como: Asaltada quizás, pero desprolija nunca. Qué tristeza.
El miedo que sentí, y que sentiré por algunos días, solo se compara con el malestar que me causa saber que se llevaron mis pertenencias. Varias personas expresaron, con la mejor intención de tranquilizarme, que debía estar agradecida porque no me hirieron o no perdí la vida – y lo estoy-, sólo se llevaron mis cosas. ¿Solo se llevaron mis cosas? ¡No! Ese celular último modelo, esa cartera de marca fueron adquiridos por mi gracias al fruto de mi esfuerzo diario y honesto. No solo se robaron mi celular y mi cartera, sino también un poco del empeño con el que trabajo. No es apego por lo material o por lo banal, es estar segura de que lo poco o mucho de lo que soy dueña ha sido ganado con trabajo arduo, a nadie se lo he robado, nadie me lo ha regalado. Me revuelve las entrañas que al suceder estas injusticias tratemos de consolarnos diciendo que – “Por lo menos no me quitaron la vida”- Si, les repito que si estoy agradecida, pero parto del principio de que nadie debió haber atentado contra mi tranquilidad o mi propiedad. Nadie debió haber intentado robar por la fuerza algo que no le pertenecía blandiendo armas como si mi vida no tuviera valor alguno.
Alguien me comentó que estaba seguro que yo conducía mi vehículo mientras hablaba por teléfono, haciéndome sentir que si era así yo había sido la culpable de que me robaran. Estoy totalmente clara de que debemos cuidarnos y no tentar al destino, pero, por qué debemos seguir aceptando que el desorden, el caos y la anarquía nos sigan ganando los espacios? ¿Por qué debo esconder de maneras insólitas mi teléfono en mi vehículo? ¡Es mi teléfono, es mi vehículo! Nadie debería sentirse con el derecho de atentar contra otra persona. Es una utopía, lo se; sin embargo estoy segura de que la mayoría de los que lean estas líneas estarán de acuerdo con ese principio básico de convivencia.

Situaciones más atroces se protagonizan en Caracas todos los días. Un teléfono y otras “chucherías” robadas son nada comparados con un secuestro, un asesinato, o cualquier otra forma de crimen en esta ciudad de la furia. ¿Acaso no merecemos paz?

No se cómo se resuelve este problema tan grave que padece mi país. De lo único que estoy segura es que volveré a comprarme un celular ultra moderno. Volveré a consentirme con alguna cartera de marca. No asalto a nadie para tener lo que tengo. Me levanto muy temprano a trabajar de manera honesta. Mis padres lo hicieron y mis abuelos también. Nadie – ni el miedo que siento- me va a impedir disfrutar del fruto de mi esfuerzo.
Àgata G.

domingo, 21 de marzo de 2010

Disertación desde el concierto



A mi niña del mes de Noviembre
A mi niño del mes de Julio



Eran las dos de la tarde cuando llegamos a La Rinconada. Al ver la cantidad de personas que se aglomeraban en la fila de casi dos kilómetros para entrar al recinto donde se llevaría a cabo el concierto, tuve que inhalar y exhalar para calmarme un poco. No solo debido a mi emoción por ver al grupo que me gusta tanto tocando la música que me gusta tanto, sino también por lo que significaba compartir esa vivencia con mis hijos.

Pertenezco a ese grueso grupo estadístico de mujeres que se han convertido en madre durante su adolescencia. A pesar de las dificultades que supuso para mi haber dado a luz a dos hermosas criaturas a tan tierna edad, puedo dar fe de que gracias a gente que me quiere y a quienes correspondo el sentimiento, mi experiencia materna ha sido maravillosa y plena. Es cierto eso que dicen de que dejamos de vivir mucho de lo que está escrito un adolescente debe vivir, pero hoy por hoy se que la vida se encarga de equilibrar lo que nos falta en algún momento compensándolo más adelante de formas que en ocasiones ni imaginábamos y que nos hacen inmensamente felices. La experiencia de disfrutar el concierto de Metallica con mis hijos, fue una de esas compensaciones.
Fuimos a ver a James, Lars, Kirk y Robert tocando canciones estridentes, fuertes, de ritmos a veces incomprendidos , no como mamá, hijo e hija, sino como tres fanáticos del “Heavy Metal”. Vestidos para tal ocasión logramos entrar al recinto, asegurar lugares desde donde nadie pudiera bloquear nuestra vista, y conversamos con nuestros vecinos de concierto sobre las canciones, los instrumentos, y las expectativas que teníamos del momento en que la banda saliera al escenario ahí frente a nosotros. De vez en cuando yo veía a mi hijo, departiendo con tanta seguridad y desenvoltura con gente que acababa de conocer; o a mi hija intercambiando ideas con alguna otra persona como una adulta; y Ágata, la madre, no podía esconder el orgullo admirando a sus pequeños como individuos con gustos, ideas y sentimientos definidos.

A las nueve y cuarto de la noche, los cuatro jinetes del apocalipsis entraron en escena abriendo con la canción “Creeping Death” y nuestras voces se unieron a otras treinta mil que gritaban enloquecidas por la fuerza de las guitarras distorsionadas, el potente bajo, las luces y la fabulosa pirotecnia – quienes hayan estado ahí saben de la calidad de los músicos y de la puesta en escena en general-. Cuando escuchábamos los primeros acordes de nuestras canciones favoritas, mis hijos y yo nos veíamos con ojos de complicidad. En algún momento de euforia sentí la mano de mi hija buscando la mía, como cuando era niña. Y mi hijo no se cansó de contarme como sus amigos le decían que querían tener una mamá a quien también le gustara lo que a ellos les gusta. Esa es la vida compensando lo que no viví de adolescente, y dejándome vivir experiencias con mis hijos que quizás otras madres no pueden vivir por aquello de la edad y la diferencia generacional.
No aplaudo el embarazo adolescente. Para nada. Se ahora que la vida debería ser vivida en etapas y con calma. Pero la vida equilibra. Lo que como adolescente no experimenté, ahora me es compensado con toda esta vivencia con mis hijos,no solo en el concierto, sino en muchas otras cosas de la cotidianidad de nuestra existencia.

Esa noche, cuando Metallica se despedía de Caracas tocando “Seek & Destroy”, supe que el recuerdo que me quedaría no sería solo el espectacular concierto al que tuve la oportunidad de ir, sino haberlo disfrutado al máximo con mis niños, mis hijos.


Ágata G.
Orgullosa madre

domingo, 28 de febrero de 2010

Beso fotografiado


Nota: escribí este cuento como primera asignación del taller de narrativa que curso actualmente...a la espera de las correcciones de la profesora...


Pronto comenzaría la fiesta, y mientras daba los últimos toques a mi atuendo pensaba en la buena fortuna que tenía de estar en aquella metrópolis para recibir el año nuevo. Luego de compartir la Navidad con mis padres en Caracas, viajé emocionada a Ciudad de México a reunirme con Juan Diego, Liliana y Guillermo – argentino de ojos color de miel que tenía el poder de hacer mis rodillas temblar con su petulante acento sureño –Era la primera vez que compartíamos fuera del ambiente universitario, y yo estaba decidida a disfrutarla al máximo.

El sonido del teléfono en nuestra habitación me hizo saber que ya era hora de bajar al vestíbulo. Liliana tomó la llamada, y enseguida se dirigió a mí: - “¿Estás lista Paula? Esperan ya por nosotras”- Terminé de pintar mis labios de un color granate muy brillante y chequeando en el espejo mi cadera envuelta en un ajustado vestido rojo, afirmé –“Lista siempre Lili, siempre”. Asistiríamos a la fiesta de fin de año que el hotel donde nos hospedábamos organizaba en uno de sus fastuosos salones. Nos aguardaba una noche plena de exquisitos vinos , bailes al ritmo de las mejores orquestas y un conteo regresivo para recibir el año entre burbujas de champaña francesa.

Se notaba la impaciencia en los rostros de quienes nos aguardaban, pero luego de bromear sobre los coloridos corbatines de Juan Diego y Guillermo, la impaciencia se tornó en diversión. Nos dirigimos al salón “Flamboyán”, elegante y recargado recinto ya lleno de gente, dispuestos a disfrutar las últimas horas del año 1955. La velada transcurrió velozmente y al llegar la medianoche, luego del -¡Feliz año! – vociferado al unísono por las voces en el salón de fiestas, los buenos augurios y las risas inundaron el espacio. De súbito las luces se apagaron y al grito de –¡Mambo!- se encendieron de nuevo. ¡Era la gran sorpresa de la noche! Dámaso Pérez Prado y su orquesta nos haría mover los cuerpos al compás de este cadencioso ritmo cubano hasta el alba del primer día de 1956.

Era el gran Pérez Prado dirigiendo a los músicos con sus gritos guturales y deslizando sus ágiles manos de un lado a otro en el piano para extraerle las notas sincopadas al noble instrumento. El gran Pérez Prado de piezas inigualables como “Patricia”, “Que rico el Mambo” o “El ruletero” – canción con la que inauguró el año nuevo en ese momento. Yo lo observaba delirante cuando Guillermo se acercó a mí para bailar la pieza – no sé que cruzaba por su mente, porque su nacionalidad patagónica lo alejaba de manera contundente de la capacidad de sincronizar los movimientos de sus piernas con los ritmos latinos y caribeños- Tras unos minutos de baile que se me antojaron eternos, Guillermo me susurró al oído:

- Te gusta el mambo, ¿cierto? ¿Te atreverías a subir a la tarima para plantar un beso a Pérez Prado?

- ¡Por supuesto! – exclamé yo con una seguridad inducida por el alto grado de alcohol que corría por mi sangre.

- Ver para creer reza el dicho, mi querida señorita – inquirió el argentino

Los retos siempre representaron para mí una gran tentación a la que sucumbir era un placer. Este no era un caso diferente, aunque aderezado por los efectos deliciosos de las copas de vino bebidas hasta ese momento.

Caminé hasta el borde de la tarima, entre parejas que alegremente bailaban ahora al compás del Mambo Nro. 8, apoyé mis manos sobre el borde y me impulsé hacia el lugar donde el apodado “Cara de Foca“ dirigía su orquesta. Las personas que danzaban miraban curiosas a esta mujer de ajustado vestido rojo que se posaba a un lado del piano de Pérez Prado. Él me miró y rió con carcajadas que seguían el ritmo de la canción. Al contrario de lo que yo esperaba, no hubo griterío ni alboroto por mi episodio de osadía, así que disfruté desde allí el sonido de las notas del piano del director y de las trompetas de la miembros de la orquesta.

Al terminar la canción, el artista se dirigió al público con esa inconfundible melodía en su voz que ni los años de vida en el país azteca habían podido anular

- ¡Buenas noches señoras y señores! ¡Feliz año nuevo! Esta noche me he divertido en grande viéndolos danzar al ritmo de mi música acompañado por esta espontánea señorita de nombre… - Acercó su micrófono a mí.

- Paula – contesté yo tímidamente. ¡No esperaba tener que hablar ante tantas personas!

- Paula, bello nombre. ¿Quieres escuchar alguna canción en especial? – me preguntó aquel hombre cálido

- Me encantaría escuchar y bailar “Mambo del Politécnico”. Pero antes, señor Pérez Prado, debo honrar el reto que mi pareja de baile me impuso - Y dicho esto, sintiendo una gran oleada de adrenalina, me lancé a darle un beso en los labios al artista.


Durante los pocos segundos que duró el beso- que por cierto el correspondió sin ningún tipo de vergüenza- pude ver las caras de asombro y estupefacción de mis amigos. Hubo flashes de cámaras y risas desperdigadas por todo el salón. Le sonreí a Pérez Prado y corrí hasta el borde del escenario, donde al ritmo de la pieza que yo había solicitado me esperaban Guillermo y dos copas de Pato Frío. El argentino me extendió una copa y dijo con picardía en su mirada – Toma Paula, brindemos por ese beso. No recuerdo qué apostamos – A lo que yo contesté: - No te preocupes Guille, ya se nos ocurrirá algo –


El reloj marcaba las 2 de la madrugada cuando ya mis pies me pedían a gritos que me sentara o los librara de los torturadores zapatos. Guillermo lo notó, y me acompañó en el camino hacia la habitación, con jugueteos entre sus traviesas manos y mi vestido rojo. El ascensor detuvo su camino en el piso de la habitación del sureño y, aunque mi mente trataba de apelar por el recato, el resto de mi ser estaba encantado. – No me has dicho como cobrarás la apuesta, Paula – dijo Guillermo con la voz humedecida por nuestros besos. Ya frente a la puerta de entrada de su habitación, con la petición de recato totalmente silenciada, le dije: - Que tal si entramos, y bailamos el resto de la madrugada un mambo para nosotros dos solos?- Abrió la puerta con la mano que no tenía ocupada en mi, y nos perdimos en la oscuridad de la habitación mientras mi mente tarareaba – Mambo, que rico el mambo. –

Mi nieta adolescente me observaba con los ojos sorprendidos y continué:

- Esa es la historia de esa reseña de periódico que tienes en tus manos. Así, fue que el segundo día Enero de 1956, los más importantes medios impresos de Ciudad de México publicaron una foto del picante beso de Pérez Prado y una desconocida señorita que comenzó ese año feliz y tomada de la mano del que se convertiría en tu abuelo Guille –



Ella se acercó a mí, nos abrazamos largo rato, y con lágrimas en sus ojos me dijo – Abuela, estoy segura que el abuelo Guille, esté donde esté, sonríe por esa apuesta, ese beso con Pérez Prado, y tararea como tu aquella noche –Mambo, que rico el mambo. Mambo que rico es -

Ágata G.

domingo, 21 de febrero de 2010

Ávila, regalo de la naturaleza

Vìctor Hugo


Aprovechando el inclemente sol de octavita de carnaval al borde de una piscina, y escuchando una cadenciosa pieza interpretada por Diana Krall, disfrutaba de una maravillosa visión de la ciudad, de mi ciudad. Indomable Caracas que se extendía ante mi vista,hermosa y pacífica desde esa perspectiva, con sus apiñados edificios, zonas verdes, autopistas plenas de vehìculos. Y el Ávila.
Al ritmo de “East of the sun, west of the moon” versionada por Krall, mi mente cavilaba sobre la majestuosidad y omnipresencia de esta cumbre, testigo silente de nuestras existencias y de la historia de la ciudad. Emblema de Caracas que queda grabado a fuego en la memoria de sus habitantes, y de quienes la visitan. Los caraqueños disfrutamos de este gigante de la manera que mejor nos place: algunos lo escalan y recorren sus sinuosos caminos para ejercitarse y respirar un poco de aire puro rodeados de tranquilidad muy cerca del dinamismo citadino; otros lo fotografían o lo plasman en sus cuadros, no pocos le dedican versos en hermosos poemas – como “Vuelta a la Patria” ,sentido poema de Juan Pablo Pérez Bonalde en el que magistralmente narra su regreso a Venezuela y escribe “Caracas allí está, vedla tendida a las faldas del Ávila empinado, odalisca rendida a los pies del sultán enamorado" -; y otros más, como yo, simplemente lo contemplamos, lo sentimos con nuestra vista.

Me sorprendí pensando que esta imponente serranía late al compás de su odalisca, Caracas. Cambia de color a medida que el día transcurre, y nos deleita mostrando las sombras que sus accidentadas laderas proyectan bajo la luz del sol. Así, durante los amaneceres capitalinos nos regala éste sultán, una paleta de profundos azules; al mediodía cuando el sol alcanza el cenit, los verdes de su frondosa vegetación brillan ante nuestros ojos y las tonalidades rojas o violetas acompañan la caída del astro rey al occidente cuando muere el día. Sin embargo este espectáculo no termina allí, porque en esas claras noches estrelladas del mes de Enero, la silueta de nuestro querido cerro se insinúa con un resplandor único de color plata azulado. Un festín para la vista.

La sobrecogedora visión de este gigante desde el sopor del tráfico, calma la animosidad de aquel que hace un poco más que mirar, y admira. He sido testigo de las lágrimas en los ojos de gente muy querida que regresa a su Caracas natal luego de años de ausencia –al estilo de Pérez Bonalde- y son impactados sentimentalmente por la vista de El Avila en el momento en que llegan a la ciudad: es el Ávila de su niñez, de su adolescencia, de sus vidas. Ese titán que siempre ha estado ahí, común denominador para todos los habitantes de la capital. A mi memoria viene especialmente el recuerdo de mi padre quien, sentado en una cómoda butaca durante sus sesiones de quimioterapia, miraba El Avila a través de los luminosos ventanales del lugar especialmente acondicionado para ello, absorto en sus pensamientos, recuerdos y hasta miedos.

Continué bronceando mi piel, escuchando buena música, mirando ahora a las personas que me rodeaban, preguntándome cuantas de ellas sabrían que los 2.750 metros este cerro -en su punto más alto- deben su nombre a Gabriel del Ávila, alférez mayor de campo español quien en 1575 establecía allí su hacienda; o que fuera declarado Parque Nacional en el año 1958. ¿A cuántas de ellas les dolería un incendio en las faldas de la montaña? ¿Cuántas de ellas considerarían al fiel gigante una extensión de su hogar?

Parque Nacional, sultán y pulmón de la ciudad, emblema entrañable de nuestra metrópolis, todo eso es. Pero también es un obsequio que la naturaleza nos otorgó que debemos agradecer, cuidar, disfrutar y admirar cada vez que en las mañanas salimos al ruedo en Caracas, cada vez que tenemos oportunidad.

Ágata G.
Enamorada de El Ávila
A un niño de 5to grado...

viernes, 12 de febrero de 2010

Look & Feel

Cierta vez me comentaron, en tono de juicio, que dedicaba mucho tiempo a mi apariencia. No pude esconder mi desagrado por tal crítica. Leí además en una revista de aquellas que pretenden ilustrarnos cómo retener a nuestros hombres, o cómo ser heroínas de hazañas sexuales inigualables en sencillos diez pasos, que era preferible no demostrar demasiado el interés que como féminas sentimos por mantenernos constantemente a la moda – siempre con el toque individual-coquetas y prolijas, aduciendo que corremos el riesgo de transmitir una imagen de superficialidad. Difiero de esta aseveración que, diría yo, es casi una tajante creencia generalizada.

Disfruto cuidar mi estilo. Es parte de mi personalidad. Y me he dado cuenta que en momentos trascendentales en mi vida -esos que exigen fortaleza del alma, perseverancia, adaptación al cambio- tiendo a transformar mi imagen, innovando en detalles como el cabello, los colores que utilizo al vestir, y hasta los perfumes con los que me identifico . Se me ocurre pensar que en esos momentos mi autoestima actúa como una especie de Gerente de Mercadeo interno modificando la imagen de su producto, más influenciado por las demandas de mis sentimientos y experiencias que por las imposiciones de la moda o de lo que posiblemente opinará la gente. Manejo del Look & Feel, le llaman los profesionales del mercadeo. Conversé sobre este tema– entre copas de un exquisito vino tinto chileno -con mis más queridas amigas en un reciente encuentro, y definitivamente el tema conforma uno de esos lugares comunes tan llenos de estrógeno, progesterona y demás complicaciones femeninas.

No soy una esclava de las apariencias, y con ahínco afirmo que comprar un par de zapatos a la moda o un pantalón que realce la forma de los fabulosos y sinuosos traseros que nos adornan no es el fundamento para desarrollar nuestra autoestima y tampoco la solución de nuestros problemas sentimentales. Sin embargo: zapatos, carteras, vestidos, peluquería, manicura y pedicura , entre otras cosas, influyen de manera positiva. Todas hemos experimentado y saciado, en la medida en que nuestras posibilidades nos lo han permitido, esa súbita necesidad de ser peinadas por la profesionalidad de un peluquero, o de comprar un deslumbrante y sexy conjunto de lencería, en momentos existencialmente complicados como divorcios, discusiones, dilemas laborales, y cualquier otro escenario que demande fuerza de espíritu. Y es que, es en esas ocasiones cuando una voz dentro de mí me susurra que, si bien es cierto que el trance que vivo es duro, soy un ser valioso, hermoso, que puede conquistar el mundo y así debo demostrarlo. Si en el espejo se refleja una mujer desaliñada, sin luz, acabada, me siento vencida. Si por el contrario en el espejo se refleja una mujer luminosa, moderna, coqueta, aunque sufra, podrá conseguir en su interior las herramientas para salir airosa de su situación. Ese es mi Gerente de Mercadeo interno, en plena acción, gerenciando mi look & feel.

Así que, la próxima vez que por algún dolor del alma te dirijas rauda y veloz a comprar esa blusa cuyo escote haría desaparecer de la memoria masculina a cualquier modelo erótica, o a cambiar el color y aspecto de tu cabello , no te sientas banal. Lucir impecable, totalmente deslumbrantes y a la moda no es una condición opuesta a la profundidad de nuestros sentimientos, intereses e inteligencia. Es magia para nuestra autoestima.


Ágata G.

jueves, 4 de febrero de 2010

Héctor, 1943-2001
















Esta historia se repite, con otros sustantivos y adjetivos,
en incontables familias alrededor del mundo.


A ellas la dedico






Cálido y amable, galante, inteligente como pocos, amante de la buena música, fumador desde su adolescencia, de sonrisa amplia, piel canela y ojos del color de la miel. Así era éste caballero que a sus 58 años de edad perdió la armadura, el corcel y la fuerza para luchar contra el monstruo que durante dos largos años lo atacó: el cáncer. Hoy es el día mundial de la lucha contra esta enfermedad, propicia ocasión para relatarles la historia de Héctor, mi padre.

Había tomado la decisión de disfrutar del golf todos los días que le fuera posible una vez cumpliera con las formalidades requeridas para jubilarse de la empresa a la que le dedicó más de la mitad de su vida, y Diciembre de 1999 –con sus lluvias torrenciales causantes de la muerte de cientos venezolanos en vísperas de un nuevo siglo- se convirtió en su último mes de trabajo. Contaba los días. ¿Es que la vida comienza cuando ya no laboras? No. La vida transcurre y se disfruta con verbos conjugados en tiempo presente.

Los partidos de golf durante sus primeros días en condición de jubilado estuvieron acompañados de quejas por un dolor en la rodilla, y para el momento en que mi madre – esa tocuyana testaruda de temple inquebrantable y hermosos rasgos felinos que conquistó el amor de mi padre a mediados de la década de 1960 – logró convencerlo de realizarse un chequeo médico, era tarde. Marzo de 2000 nos sorprendió, no gratamente, con la noticia: cáncer óseo producto de un tumor primario ubicado en los pulmones. La enfermedad se había instalado en su cuerpo sigilosa y asintomáticamente. Palabras como: metástasis, quimioterapia, radioterapia, oncología, quirófano, se sumaron a nuestro vocabulario y dejaban un sabor agrio en nuestras bocas cada vez que las pronunciábamos.

Los meses que se deslizaron en la vida de la familia a partir de ese Marzo solo se pueden describir como una vorágine de experiencias y sentimientos que marcaron un hito. Los tratamientos no funcionaron. Solo pudimos acompañar la batalla de este caballero con consuelo, cercanía, comprensión, abnegación y así, en Septiembre de 2001 – mientras el mundo lloraba la pérdida de cientos de almas por un abominable acto terrorista en la ciudad favorita de mi padre- se nos fue.

Celebrar hoy el Día Internacional de la lucha contra el Cáncer es mucho más que recaudar fondos para la investigación, desarrollo de tratamientos o de la cura misma. Es más que recordar a los que ya no están por causa de tan temida afección. Mientras grandes científicos dilucidan los misterios del cáncer, el fin último de esta fecha debe ser incentivar la información y la prevención. Las precauciones que podamos tomar para evitar contraer tal enfermedad o detectarla a tiempo, son las armas que, batalla a batalla, nos impulsarán a ganar esta guerra.



Ágata G.

sábado, 30 de enero de 2010

“Adiós distinguida señora”, o de cómo el tiempo transcurre inexorable


“¡Adiós distinguida señora!”, murmuró el hombre desbordando esa sensualidad folclórica que los motorizados y trabajadores de la construcción en Venezuela –ellos, y solo ellos- transmiten con tanta naturalidad. De manera automática busqué con la vista a esta señora que se me antojaba mayor, elegante pero quizás anticuada, y hasta con un ligero sobrepeso. Pero sucedió que comprendí tal lisonja iba dirigida a mí, y en ese instante sentí que mi vida se dividía en un antes y un después: un antes, cuando me sentía miembro de ese segmento autodenominado adulto joven, y un después cuando de súbito la juventud, divino tesoro, se iba para no volver, como dijo Rubén Darío en su poema “Canción de otoño en primavera”.

Seguí mi camino con actitud de mujer desenvuelta, segura, altiva y con un toque de dramático histrionismo -debo admitir - aunque en mi mente bullían los pensamientos: “tensión cotidiana, preocupaciones domésticas, angustia política y económica, inseguridad, ¿y ahora, Distinguida Señora? ¡Mi existencia solo ha rodeado 35 veces al sol!”

Si bien el adjetivo ‘distinguida’, en su sentido exacto y propio, entraña la posesión de una característica descollante, resaltante o sobresaliente, en el coloquio de la calle y unido a la palabra señora me hizo sentir como una uva que al sol, inevitablemente se reseca. ¿En qué tiempo pasado había quedado dormida mi capacidad de obtener un vulgar “Mamita, ¿Todo eso es tuyo?”, un soez “Así me la recetó el doctor” o un dulce “Dios me la bendiga mi amor”? No se había hecho para mí tan palpable el hecho de que el tiempo transcurre inexorable como hasta ese momento.

Las mujeres venezolanas –sin importar cual sea nuestra procedencia: la más elegante urbanización caraqueña o el más humilde y recóndito pueblo del interior del país - debemos reconocer la trascendencia que tienen esos fogonazos de ingenio criollo y masculino en la percepción de nosotras mismas como ejemplares femeninos atractivos. Jamás lo admitimos, y hasta nos atrevemos a hablar de los piropos peatonales con tono de orgullo herido o de apocalipsis moral, comportándonos de acuerdo a aquel aforismo femenino de ¡Ante todo y todos: Dama!
Unos días después, ayudando a uno de mis retoños a hacer sus labores escolares, la vida se encargó de acariciar mi vanidad femenina un poco abatida. Con su voz todavía llena de ingenuidad infantil, mi hijo afirmó decidido: “Mamá, tú no te pareces a las demás mamás. Tu eres bonita”. En ese instante mi niño se convirtió para mí en un pequeño motorizado o trabajador de la construcción que vociferaba el más bello halago, y me hizo reflexionar: que el tiempo si transcurre indetenible, que llegará el día en que mi rostro manifieste la embestida de los años, y que definitivamente sí soy una distinguida señora que resalta por sus características personales, pero más importante aún, brilla por el hecho de ser amada y necesitada.

Por supuesto, ésta dama que les escribe siempre se regocijará escuchando los pícaros y subidos de tono piropos que son exclamados en las calles, sobre todo aquellos dirigidos a ella. Reirá contestando en su mente –nunca en voz alta-, que sí, ”todo eso es de ella,” o “Amen” al Dios te bendiga, sintiendo que su vanidad femenina se afirma; pero también se sentirá feliz de estar segura que en su vida hay cariños que la pensarán siempre hermosa, bonita y plena así el tiempo transcurra inexorable, y se note.

Ágata G.
Distinguida señora



sábado, 23 de enero de 2010

Sí hay fábulas en la ciudad de la furia


“Me verás volar
por la ciudad de la furia
donde nadie sabe de mi
y yo soy parte de todos.
Nada cambiará
con un aviso de curvas
ya no hay fábulas
en la ciudad de la furia”

Extracto de La ciudad de la furia
Letra de Gustavo Cerati para Soda Stereo
Album Doble Vida,
1988


La rutina comenzó esa mañana como todas las mañanas en esta ciudad. Luego de un rápido e incompleto desayuno salí al tráfico infernal que me condujo hasta mi lugar de trabajo entre cornetas, noticias radiales, improperios e intentos genuinos por impedir que la locura alienante caraqueña terminara por afectar mi ya dudosa cordura. No son pocas las veces en las que me da la impresión de que el tráfico es casi un proceso natural, un organismo vivo que nos lleva y nos trae bajo la ilusión de que somos nosotros quienes conducimos nuestros vehículos.

Cuando me senté tras mi escritorio, cargada de preocupaciones y tratando de hacer que mi mente se concentrara en las labores del día que iniciaba, una colega se acercó queriendo contarme un hecho que le había sucedido el día anterior. Yo sonreí educadamente en señal de atención –mis padres se esmeraron por inculcarme normas de cortesía intachables-, pero en la profundidad de mis pensamientos rogaba por la celeridad de su narración.

Minutos más tarde me descubrí cautivada por lo que escuchaba de mi colega. ¿Ha sentido el lector que existen instantes en la vida que son procurados con intención por esa presencia superior para calmarnos, alegrarnos, o sencillamente hacernos sentir nuevamente humanos? Como si la vida recurriera al uso de una especie de recurso literario para resaltar una idea, sentimiento o imagen que nos hará bien cuando, sin saberlo quizás, más lo necesitamos. Todo esto sentí mientras dedicaba mi atención al suceso que me narraban.

Ella había tenido la necesidad de ir, de mala gana, a uno de los más concurridos centros comerciales de nuestra ciudad para hacer ciertas diligencias que le fueran encargadas. No dejaba de pensar en el malestar y sensación de aburrimiento que le producía el estar allí en un lugar tan pleno de gente y ruido luego de haber tenido un día difícil en el trabajo. Rumiando su incomodidad cumplió con los encargos y decidió dirigirse a una de las tiendas de marca reconocida para disfrutar por lo menos de manera visual los productos que ofrecían, cuando vio a un hombre de mediana edad y de aspecto humilde acercarse a ella. Lo primero que acudió a su mente fue la idea de que el hombre le pediría dinero, pero luego fue golpeada por esa sensación de miedo que sentimos los citadinos cuando se nos acerca otra persona: miedo a que nos hagan daño o nos embauquen de maneras impensables.

El individuo se dirigió a mi colega diciéndole que no necesitaba dinero, que se había quedado sin trabajo muy recientemente y necesitaba con urgencia ayuda para comprar leche y alimento infantil a su pequeña hija. Las condiciones que nos impone la vida moderna nos hacen ser desconfiados para protegernos, y tal vez por eso ella contestó un tajante “No ahora” y apuró su paso para alejarse.

Encontrándose dentro de la tienda fue invadida por un sentimiento aplastante de inhumanidad, de opresión en el pecho, de haberse convertido en una de esas personas para quienes el prójimo es una carga, y salió a buscar al hombre. Por largo rato recorrió los pasillos del centro comercial con un desespero inexplicable y entristecida. Por fin lo halló y le ofreció su ayuda. El hombre rompió a llorar, según palabras de ella, con “esas lágrimas gruesas y profusas que no pueden ser mentira”, compraron juntos lo que tan urgentemente necesitaba la niña, y él emocionado la bendijo y le agradeció.

Culminado el relato de lo que había sucedido a mi compañera de labores, volvió cada una a sus responsabilidades. Sin embargo yo no podía apartar de mi mente el hecho ocurrido. Me sentí cubierta por una sensación de esperanza, de optimismo, de paz, de estar segura que somos gente a pesar de lo que nos rodea, que la cordialidad y la preocupación por el otro vencen al incordio de nuestra realidad.

El día, lleno de preocupaciones y asuntos por resolver, continuó con normalidad. Cuando el reloj marcó la hora justa, me dispuse a enfrentar nuevamente a Caracas en plena cogestión para regresar a mi hogar. En el camino, la estación de radio de la que soy asidua escucha transmitió la pieza La ciudad de la Furia, del grupo argentino Soda Stereo. Mientras cantaba en voz alta y no tan melódica junto a Gustavo Cerati, y ese organismo vivo llamado tráfico nuevamente me hacía creer que yo manejaba a mi antojo el vehículo, recordé la historia del centro comercial. Una historia sencilla y en singular, pero que me habla de la verdadera naturaleza humana.

Después de todo, y al contrario de lo que afirma Cerati en su canción, parece que si hay fábulas en la ciudad de la furia.

Ágata G.

miércoles, 20 de enero de 2010

Por tercera vez

Mi gusto por el béisbol causa entre la gente reacciones de asombro y de incredulidad. La opinión generalizada es que una mujer interesada en la buena lectura y las artes, con formación musical clásica y declarada sifrina no se ajusta con la imagen del fanático de la pelota. Me han formulado en incontables ocasiones la pregunta -¿Y, a ti te gusta el béisbol?, a la espera de una respuesta negativa porque una contraria los transportaría automáticamente a una dimensión desconocida. Y no solo me gusta, me gusta mucho, sino que además soy de la opinión de que este deporte brinda a nuestra sociedad ese espacio lúdico que tanto necesita para aislarse por un rato de la fatiga, tensión y agotamiento que supone la vida cotidiana en nuestra convulsionada Venezuela.

Esa pasión personal por el béisbol se hizo notar el fin de semana pasado en mis expresiones de emoción durante las veladas decisivas del Round Robin, sobre todo aquella del día Domingo en la que mis Leones del Caracas jugaron, en palabras de Ibsen Martínez, contra alguna “novena más bien prescindible - decida el lector magallanero cual de todas es la más prescindible-“, y lograron el triunfo que les permitió clasificar a la final de la temporada.

Felinos contra bucaneros se enfrentan en la final. Una delicia para quienes disfrutamos este deporte, una delicia para quienes disfrutamos las alegres y eternas querellas entre los entusiastas del equipo capitalino y del equipo valenciano. Hinchas de sus respectivas novenas que no pueden existir por separado: no hay caraquista sin magallanero, no hay magallanero sin caraquista.

La fiesta comienza mañana, jueves 21 de enero, en el estadio José Bernardo Pérez de Valencia. ¿Onceavo campeonato para Navegantes o decimoséptimo para Leones?.Hiere mi esencia admitir que las estadísticas favorecen al equipo de la capital carabobeña . Siete fechas programadas, para vencer en cuatro de ellas. Luego de trece años transcurridos desde la última final entre los eternos rivales, este año por tercera vez se enfrentan en duelo, y está dentro de los planes de la pequeña pelotera y gran fanática que llevo dentro, saborearlo y disfrutarlo.


Ágata G.
Caraquista confesa

domingo, 17 de enero de 2010

Un corto paréntesis



Abro paréntesis: Hay quienes tienen que aprender que el mundo gira alrededor del sol y no de sus existencias. Que tienen que aprender que no son los únicos sobre la faz del planeta que tienen algún talento que ofrecer. Que no son los únicos seres pensantes en esta tierra. Egocentrismo, se llama eso.

Aquellos que me conocen, saben de mi afición por las letras, admiración por grandes escritores e historias, y disposición a escribir con inteligencia. Aquellos que me conocen saben la clase de mujer de mundo que soy. Eso me basta.

No voy a dejar de escribir. Y ciertamente no voy a eliminar absolutamente nada de lo que ya he escrito. Nadie le pone límites a mis sueños, ni a mi talento. Aquí estaré para aquellos que me quieran leer. Cierro paréntesis.


Ágata G.

jueves, 14 de enero de 2010

Surrealismo Político ®


Tres son los motivos por los que, hasta este instante, no me había atrevido a escribir sobre asuntos políticos. El primero, y para mí el que tiene mayor valor, es que me considero poco conocedora de esta materia como para emitir opiniones públicas. El segundo es que, como Mafalda a la sopa, profeso poco agrado - o ninguno- por esas lides; y de esto último se desprende el tercer motivo: siento que la política acorta la inspiración lírica de mi pluma, interrumpe mi arte.

Pero en días recientes, el entorno político-económico de mi muy querido pedacito de planeta, llamado Venezuela – y, honestamente, una fuerte crítica que recibí de alguien que me lee- , me han dado la fuerza para olvidar los motivos por los que antes no escribí de él. Aristóteles escribió en su libro La Política, que “…el hombre es por naturaleza un animal político o social…”. Yo no escapo de esa realidad. Yo no vivo apartada de lo que sucede en el país que corre por mis venas.

Estas primeras semanas del año 2010 han estado plenas de algo que yo llamaría “Surrealismo Político”, porque hemos sido testigos de decisiones del gobierno, con sus respectivas acciones y reacciones, que parecieran no haber pasado por ese corrector racional que poseemos todos; ese que actúa como filtro de nuestra conducta y que esperaríamos –inocente yo- que en nuestros dirigentes políticos estuviera más desarrollado. “Surrealismo Político” porque no existe razonamiento lógico. Surrealismo Político ®, sin comillas y marca registrada por la cúpula del mandato nacional venezolano.

Esto no tiene que ver con haber estado de acuerdo o no con medidas como la imposición de nuevos horarios para los centros comerciales por las restricciones energéticas, o con los horarios –absurdos por demás- establecidos esta semana para el corte de la electricidad por períodos de cuatro horas en las famosas seis zonas de la capital . No me mal interprete el lector: estoy consciente de la necesidad de tomar medidas en relación al ahorro energético para evitar el colapso. Se relaciona más bien con la sensación de que se aplica la técnica del ensayo y error, cosa que me deja un “after taste” a que se burlan de mi en mis narices. Se llevan a cabo acciones, casi impulsivamente, y 24 horas después se reconoce que no son viables o tienen fallas o hasta se pide la renuncia de algún ministro. Señores políticos surrealistas: ¡ me agravan la gastritis !. La imagen es de improvisación absoluta.

Si a esto le añadimos, la incontinente verborrea de nuestro primer mandatario – Mi Lord Voldermort personal, porque no pienso ni nombrar- y la presión e incertidumbre que los venezolanos comunes sentimos ante el tema de la devaluación de la moneda y la inseguridad, la ya grave gastritis de algunos se nos convierte rápidamente en úlcera.

Por eso ruego que dejen el surrealismo a las artes, aquellas en las que la racionalidad, lógica o consistencia no son vitales.


Ágata G.
Ulcerada

viernes, 8 de enero de 2010

Un concepto al estilo Ágata


Muy dentro de mi sabia que haber titulado el blog como lo hice suscitaría entre mis amigos la imperativa necesidad de saber por qué aquello de autoproclamarme Mujer de Mundo. Tan segura estaba, que en la entrega anterior escribí con sorna “Más adelante me dedicaré a explicar por qué una mujer de mundo, sé que aquellos que me conocen deben estar pensando: “¿Una mujer de mundo? Pero, ¡¿de cuál mundo?!". Alguno pregunto con simple curiosidad, algún otro inquirió con cierta ironía burlona - que tanto me gusta y me desafía.


Puedo describir con detalle a esta Mujer de Mundo que habita en las fantasías del imaginario colectivo: Esbelta sílfide de atractivo magnético que ha recorrido todos o muchos kilómetros del globo terráqueo experimentando culturas y aventuras inenarrables, casi una femme fatale que utiliza el poder de su sexualidad para atrapar al desventurado héroe y que constantemente cruza la línea entre la bondad y la maldad - característica que la hace aun más atractiva y la coloca en el grado de Diosa. Nada más alejado de la realidad de ésta Mujer de Mundo que les escribe, no solo porque sus 1,50 mts de humanidad son la antítesis de la esbeltez –sin mencionar la eterna lucha por llegar a ser sílfide- o no haya recorrido kilómetros ni experimentado aventuras al mejor estilo de Mata Hari. Esta alejado de mi realidad porque mi idea y visión de una Mujer de mundo es diametralmente diferente.


Es aquella mujer curiosa , que permite que su imaginación viaje hasta los más recónditos lugares del planeta o fuera de él; una mujer que sabe leer entre líneas, que ve – en lenguaje coloquial- “mas allá de sus narices”, que no ve al mundo plano sino en tercera, cuarta y quinta dimensión y se atreve a inventar nuevas dimensiones, que hace de su propia vida una gran aventura, que es capaz de crear sus propias opiniones pero sabe que éstas deben ser permeables para aceptar aquellas otras que son diferentes pero pueden nutrir las suyas, que es capaz de adaptarse sin dejar de ser genuina, que se ríe de sí misma y acepta que sus imperfecciones hacen de ella una mujer real, que disfruta de su sexualidad , que está orgullosa de su sensual femineidad….y así, con estas armas, absorbe el mundo que la rodea.


He ahí mi visión, he ahí mi concepto.

Ágata G.
Si, una mujer de mundo.


La vida es una gran aventura o nada”
Hellen Keller

miércoles, 6 de enero de 2010

Y por fin ésta mujer de mundo, se atreve!

La idea de conseguir un espacio para mis escritos en la red, ronda mi mente desde mediados del año que acaba de culminar. Una mezcla de temores absurdos, esperas sin sentido, inseguridades infantiles hicieron que se dilatara la puesta en marcha de mi proyecto. Pero cumpliendo anoche las horas de mi segundo trabajo, así como llama una especial amiga a mis horas de navegación en Facebook, leí esta frase:

“I’m not a Princess,
I don’t need help.
I’m a freaking Queen,
I got this shit handled”

Y pensé: “Yeahhh! I really got this shit handled, then: Why not?” Así que aquí estoy. Decidida, emocionada y confesándoles que el SPM – Síndrome Pre-Menstrual- puede estar algo relacionado con esta energía que me moviliza hoy a obviar mis miedos y lanzarme a la vivencia de escribir desde mis entrañas para todo aquel que me quiera leer. Asumámoslo mis queridas congéneres: ¿Qué mujer no ha tomado grandes decisiones impulsada por el SPM?

La expresión a través de la palabra escrita siempre me fascinó, aunque no estoy relacionada con la Comunicación Social o las Letras como carrera. Pido mis excusas a aquellos que dedicaron 5 años de su vida al estudio del lenguaje y la comunicación, y que por lo tanto dominan las técnicas adecuadas para expresarse. Yo no las domino. Soy solo, en palabras condensadas, esa mujer que describo debajo del nombre de este espacio, que esconde unas cuantas fantasías excéntricas- como la de de llegar a ser en un futuro no muy lejano una Imposible para Leonardo Padrón y leer con indescriptible emoción en mi hoja de vida escrita por el propio Leonardo en alguna publicación de sus “conversaciones al borde de un micrófono” algo como: “…es un inefable talento, un huracán, una esencia que no te abandona…” - Ya ven: una mujer, un mundo. Más adelante me dedicaré a explicar por qué una mujer de mundo, sé que aquellos que me conocen deben estar pensando: “¿Una mujer de mundo? Pero, ¡¿de cuál mundo?! “

Declaro entonces inaugurado oficialmente este espacio. Un blog de todo y de nada, de la vida- que según el escritor Calderón de La Barca es frenesí, ilusión, sombra y ficción (*)-, de las experiencias vistas a través de mi humilde lupa: femenina, alterada, volcánica, sensible –en ocasiones hipersensible- y de razonamiento siempre dialéctico. Espero en el camino, nutrirme de sus opiniones e ideas. Espero en el camino divertirme y divertirlos. Espero, en el camino…

Ágata G.


(*) “¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida?
Una ilusión,
una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.” Monólogo de Segismundo en la obra “La Vida es sueño”, Pedro Calderón de la Barca