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domingo, 28 de febrero de 2010

Beso fotografiado


Nota: escribí este cuento como primera asignación del taller de narrativa que curso actualmente...a la espera de las correcciones de la profesora...


Pronto comenzaría la fiesta, y mientras daba los últimos toques a mi atuendo pensaba en la buena fortuna que tenía de estar en aquella metrópolis para recibir el año nuevo. Luego de compartir la Navidad con mis padres en Caracas, viajé emocionada a Ciudad de México a reunirme con Juan Diego, Liliana y Guillermo – argentino de ojos color de miel que tenía el poder de hacer mis rodillas temblar con su petulante acento sureño –Era la primera vez que compartíamos fuera del ambiente universitario, y yo estaba decidida a disfrutarla al máximo.

El sonido del teléfono en nuestra habitación me hizo saber que ya era hora de bajar al vestíbulo. Liliana tomó la llamada, y enseguida se dirigió a mí: - “¿Estás lista Paula? Esperan ya por nosotras”- Terminé de pintar mis labios de un color granate muy brillante y chequeando en el espejo mi cadera envuelta en un ajustado vestido rojo, afirmé –“Lista siempre Lili, siempre”. Asistiríamos a la fiesta de fin de año que el hotel donde nos hospedábamos organizaba en uno de sus fastuosos salones. Nos aguardaba una noche plena de exquisitos vinos , bailes al ritmo de las mejores orquestas y un conteo regresivo para recibir el año entre burbujas de champaña francesa.

Se notaba la impaciencia en los rostros de quienes nos aguardaban, pero luego de bromear sobre los coloridos corbatines de Juan Diego y Guillermo, la impaciencia se tornó en diversión. Nos dirigimos al salón “Flamboyán”, elegante y recargado recinto ya lleno de gente, dispuestos a disfrutar las últimas horas del año 1955. La velada transcurrió velozmente y al llegar la medianoche, luego del -¡Feliz año! – vociferado al unísono por las voces en el salón de fiestas, los buenos augurios y las risas inundaron el espacio. De súbito las luces se apagaron y al grito de –¡Mambo!- se encendieron de nuevo. ¡Era la gran sorpresa de la noche! Dámaso Pérez Prado y su orquesta nos haría mover los cuerpos al compás de este cadencioso ritmo cubano hasta el alba del primer día de 1956.

Era el gran Pérez Prado dirigiendo a los músicos con sus gritos guturales y deslizando sus ágiles manos de un lado a otro en el piano para extraerle las notas sincopadas al noble instrumento. El gran Pérez Prado de piezas inigualables como “Patricia”, “Que rico el Mambo” o “El ruletero” – canción con la que inauguró el año nuevo en ese momento. Yo lo observaba delirante cuando Guillermo se acercó a mí para bailar la pieza – no sé que cruzaba por su mente, porque su nacionalidad patagónica lo alejaba de manera contundente de la capacidad de sincronizar los movimientos de sus piernas con los ritmos latinos y caribeños- Tras unos minutos de baile que se me antojaron eternos, Guillermo me susurró al oído:

- Te gusta el mambo, ¿cierto? ¿Te atreverías a subir a la tarima para plantar un beso a Pérez Prado?

- ¡Por supuesto! – exclamé yo con una seguridad inducida por el alto grado de alcohol que corría por mi sangre.

- Ver para creer reza el dicho, mi querida señorita – inquirió el argentino

Los retos siempre representaron para mí una gran tentación a la que sucumbir era un placer. Este no era un caso diferente, aunque aderezado por los efectos deliciosos de las copas de vino bebidas hasta ese momento.

Caminé hasta el borde de la tarima, entre parejas que alegremente bailaban ahora al compás del Mambo Nro. 8, apoyé mis manos sobre el borde y me impulsé hacia el lugar donde el apodado “Cara de Foca“ dirigía su orquesta. Las personas que danzaban miraban curiosas a esta mujer de ajustado vestido rojo que se posaba a un lado del piano de Pérez Prado. Él me miró y rió con carcajadas que seguían el ritmo de la canción. Al contrario de lo que yo esperaba, no hubo griterío ni alboroto por mi episodio de osadía, así que disfruté desde allí el sonido de las notas del piano del director y de las trompetas de la miembros de la orquesta.

Al terminar la canción, el artista se dirigió al público con esa inconfundible melodía en su voz que ni los años de vida en el país azteca habían podido anular

- ¡Buenas noches señoras y señores! ¡Feliz año nuevo! Esta noche me he divertido en grande viéndolos danzar al ritmo de mi música acompañado por esta espontánea señorita de nombre… - Acercó su micrófono a mí.

- Paula – contesté yo tímidamente. ¡No esperaba tener que hablar ante tantas personas!

- Paula, bello nombre. ¿Quieres escuchar alguna canción en especial? – me preguntó aquel hombre cálido

- Me encantaría escuchar y bailar “Mambo del Politécnico”. Pero antes, señor Pérez Prado, debo honrar el reto que mi pareja de baile me impuso - Y dicho esto, sintiendo una gran oleada de adrenalina, me lancé a darle un beso en los labios al artista.


Durante los pocos segundos que duró el beso- que por cierto el correspondió sin ningún tipo de vergüenza- pude ver las caras de asombro y estupefacción de mis amigos. Hubo flashes de cámaras y risas desperdigadas por todo el salón. Le sonreí a Pérez Prado y corrí hasta el borde del escenario, donde al ritmo de la pieza que yo había solicitado me esperaban Guillermo y dos copas de Pato Frío. El argentino me extendió una copa y dijo con picardía en su mirada – Toma Paula, brindemos por ese beso. No recuerdo qué apostamos – A lo que yo contesté: - No te preocupes Guille, ya se nos ocurrirá algo –


El reloj marcaba las 2 de la madrugada cuando ya mis pies me pedían a gritos que me sentara o los librara de los torturadores zapatos. Guillermo lo notó, y me acompañó en el camino hacia la habitación, con jugueteos entre sus traviesas manos y mi vestido rojo. El ascensor detuvo su camino en el piso de la habitación del sureño y, aunque mi mente trataba de apelar por el recato, el resto de mi ser estaba encantado. – No me has dicho como cobrarás la apuesta, Paula – dijo Guillermo con la voz humedecida por nuestros besos. Ya frente a la puerta de entrada de su habitación, con la petición de recato totalmente silenciada, le dije: - Que tal si entramos, y bailamos el resto de la madrugada un mambo para nosotros dos solos?- Abrió la puerta con la mano que no tenía ocupada en mi, y nos perdimos en la oscuridad de la habitación mientras mi mente tarareaba – Mambo, que rico el mambo. –

Mi nieta adolescente me observaba con los ojos sorprendidos y continué:

- Esa es la historia de esa reseña de periódico que tienes en tus manos. Así, fue que el segundo día Enero de 1956, los más importantes medios impresos de Ciudad de México publicaron una foto del picante beso de Pérez Prado y una desconocida señorita que comenzó ese año feliz y tomada de la mano del que se convertiría en tu abuelo Guille –



Ella se acercó a mí, nos abrazamos largo rato, y con lágrimas en sus ojos me dijo – Abuela, estoy segura que el abuelo Guille, esté donde esté, sonríe por esa apuesta, ese beso con Pérez Prado, y tararea como tu aquella noche –Mambo, que rico el mambo. Mambo que rico es -

Ágata G.

domingo, 21 de febrero de 2010

Ávila, regalo de la naturaleza

Vìctor Hugo


Aprovechando el inclemente sol de octavita de carnaval al borde de una piscina, y escuchando una cadenciosa pieza interpretada por Diana Krall, disfrutaba de una maravillosa visión de la ciudad, de mi ciudad. Indomable Caracas que se extendía ante mi vista,hermosa y pacífica desde esa perspectiva, con sus apiñados edificios, zonas verdes, autopistas plenas de vehìculos. Y el Ávila.
Al ritmo de “East of the sun, west of the moon” versionada por Krall, mi mente cavilaba sobre la majestuosidad y omnipresencia de esta cumbre, testigo silente de nuestras existencias y de la historia de la ciudad. Emblema de Caracas que queda grabado a fuego en la memoria de sus habitantes, y de quienes la visitan. Los caraqueños disfrutamos de este gigante de la manera que mejor nos place: algunos lo escalan y recorren sus sinuosos caminos para ejercitarse y respirar un poco de aire puro rodeados de tranquilidad muy cerca del dinamismo citadino; otros lo fotografían o lo plasman en sus cuadros, no pocos le dedican versos en hermosos poemas – como “Vuelta a la Patria” ,sentido poema de Juan Pablo Pérez Bonalde en el que magistralmente narra su regreso a Venezuela y escribe “Caracas allí está, vedla tendida a las faldas del Ávila empinado, odalisca rendida a los pies del sultán enamorado" -; y otros más, como yo, simplemente lo contemplamos, lo sentimos con nuestra vista.

Me sorprendí pensando que esta imponente serranía late al compás de su odalisca, Caracas. Cambia de color a medida que el día transcurre, y nos deleita mostrando las sombras que sus accidentadas laderas proyectan bajo la luz del sol. Así, durante los amaneceres capitalinos nos regala éste sultán, una paleta de profundos azules; al mediodía cuando el sol alcanza el cenit, los verdes de su frondosa vegetación brillan ante nuestros ojos y las tonalidades rojas o violetas acompañan la caída del astro rey al occidente cuando muere el día. Sin embargo este espectáculo no termina allí, porque en esas claras noches estrelladas del mes de Enero, la silueta de nuestro querido cerro se insinúa con un resplandor único de color plata azulado. Un festín para la vista.

La sobrecogedora visión de este gigante desde el sopor del tráfico, calma la animosidad de aquel que hace un poco más que mirar, y admira. He sido testigo de las lágrimas en los ojos de gente muy querida que regresa a su Caracas natal luego de años de ausencia –al estilo de Pérez Bonalde- y son impactados sentimentalmente por la vista de El Avila en el momento en que llegan a la ciudad: es el Ávila de su niñez, de su adolescencia, de sus vidas. Ese titán que siempre ha estado ahí, común denominador para todos los habitantes de la capital. A mi memoria viene especialmente el recuerdo de mi padre quien, sentado en una cómoda butaca durante sus sesiones de quimioterapia, miraba El Avila a través de los luminosos ventanales del lugar especialmente acondicionado para ello, absorto en sus pensamientos, recuerdos y hasta miedos.

Continué bronceando mi piel, escuchando buena música, mirando ahora a las personas que me rodeaban, preguntándome cuantas de ellas sabrían que los 2.750 metros este cerro -en su punto más alto- deben su nombre a Gabriel del Ávila, alférez mayor de campo español quien en 1575 establecía allí su hacienda; o que fuera declarado Parque Nacional en el año 1958. ¿A cuántas de ellas les dolería un incendio en las faldas de la montaña? ¿Cuántas de ellas considerarían al fiel gigante una extensión de su hogar?

Parque Nacional, sultán y pulmón de la ciudad, emblema entrañable de nuestra metrópolis, todo eso es. Pero también es un obsequio que la naturaleza nos otorgó que debemos agradecer, cuidar, disfrutar y admirar cada vez que en las mañanas salimos al ruedo en Caracas, cada vez que tenemos oportunidad.

Ágata G.
Enamorada de El Ávila
A un niño de 5to grado...

viernes, 12 de febrero de 2010

Look & Feel

Cierta vez me comentaron, en tono de juicio, que dedicaba mucho tiempo a mi apariencia. No pude esconder mi desagrado por tal crítica. Leí además en una revista de aquellas que pretenden ilustrarnos cómo retener a nuestros hombres, o cómo ser heroínas de hazañas sexuales inigualables en sencillos diez pasos, que era preferible no demostrar demasiado el interés que como féminas sentimos por mantenernos constantemente a la moda – siempre con el toque individual-coquetas y prolijas, aduciendo que corremos el riesgo de transmitir una imagen de superficialidad. Difiero de esta aseveración que, diría yo, es casi una tajante creencia generalizada.

Disfruto cuidar mi estilo. Es parte de mi personalidad. Y me he dado cuenta que en momentos trascendentales en mi vida -esos que exigen fortaleza del alma, perseverancia, adaptación al cambio- tiendo a transformar mi imagen, innovando en detalles como el cabello, los colores que utilizo al vestir, y hasta los perfumes con los que me identifico . Se me ocurre pensar que en esos momentos mi autoestima actúa como una especie de Gerente de Mercadeo interno modificando la imagen de su producto, más influenciado por las demandas de mis sentimientos y experiencias que por las imposiciones de la moda o de lo que posiblemente opinará la gente. Manejo del Look & Feel, le llaman los profesionales del mercadeo. Conversé sobre este tema– entre copas de un exquisito vino tinto chileno -con mis más queridas amigas en un reciente encuentro, y definitivamente el tema conforma uno de esos lugares comunes tan llenos de estrógeno, progesterona y demás complicaciones femeninas.

No soy una esclava de las apariencias, y con ahínco afirmo que comprar un par de zapatos a la moda o un pantalón que realce la forma de los fabulosos y sinuosos traseros que nos adornan no es el fundamento para desarrollar nuestra autoestima y tampoco la solución de nuestros problemas sentimentales. Sin embargo: zapatos, carteras, vestidos, peluquería, manicura y pedicura , entre otras cosas, influyen de manera positiva. Todas hemos experimentado y saciado, en la medida en que nuestras posibilidades nos lo han permitido, esa súbita necesidad de ser peinadas por la profesionalidad de un peluquero, o de comprar un deslumbrante y sexy conjunto de lencería, en momentos existencialmente complicados como divorcios, discusiones, dilemas laborales, y cualquier otro escenario que demande fuerza de espíritu. Y es que, es en esas ocasiones cuando una voz dentro de mí me susurra que, si bien es cierto que el trance que vivo es duro, soy un ser valioso, hermoso, que puede conquistar el mundo y así debo demostrarlo. Si en el espejo se refleja una mujer desaliñada, sin luz, acabada, me siento vencida. Si por el contrario en el espejo se refleja una mujer luminosa, moderna, coqueta, aunque sufra, podrá conseguir en su interior las herramientas para salir airosa de su situación. Ese es mi Gerente de Mercadeo interno, en plena acción, gerenciando mi look & feel.

Así que, la próxima vez que por algún dolor del alma te dirijas rauda y veloz a comprar esa blusa cuyo escote haría desaparecer de la memoria masculina a cualquier modelo erótica, o a cambiar el color y aspecto de tu cabello , no te sientas banal. Lucir impecable, totalmente deslumbrantes y a la moda no es una condición opuesta a la profundidad de nuestros sentimientos, intereses e inteligencia. Es magia para nuestra autoestima.


Ágata G.

jueves, 4 de febrero de 2010

Héctor, 1943-2001
















Esta historia se repite, con otros sustantivos y adjetivos,
en incontables familias alrededor del mundo.


A ellas la dedico






Cálido y amable, galante, inteligente como pocos, amante de la buena música, fumador desde su adolescencia, de sonrisa amplia, piel canela y ojos del color de la miel. Así era éste caballero que a sus 58 años de edad perdió la armadura, el corcel y la fuerza para luchar contra el monstruo que durante dos largos años lo atacó: el cáncer. Hoy es el día mundial de la lucha contra esta enfermedad, propicia ocasión para relatarles la historia de Héctor, mi padre.

Había tomado la decisión de disfrutar del golf todos los días que le fuera posible una vez cumpliera con las formalidades requeridas para jubilarse de la empresa a la que le dedicó más de la mitad de su vida, y Diciembre de 1999 –con sus lluvias torrenciales causantes de la muerte de cientos venezolanos en vísperas de un nuevo siglo- se convirtió en su último mes de trabajo. Contaba los días. ¿Es que la vida comienza cuando ya no laboras? No. La vida transcurre y se disfruta con verbos conjugados en tiempo presente.

Los partidos de golf durante sus primeros días en condición de jubilado estuvieron acompañados de quejas por un dolor en la rodilla, y para el momento en que mi madre – esa tocuyana testaruda de temple inquebrantable y hermosos rasgos felinos que conquistó el amor de mi padre a mediados de la década de 1960 – logró convencerlo de realizarse un chequeo médico, era tarde. Marzo de 2000 nos sorprendió, no gratamente, con la noticia: cáncer óseo producto de un tumor primario ubicado en los pulmones. La enfermedad se había instalado en su cuerpo sigilosa y asintomáticamente. Palabras como: metástasis, quimioterapia, radioterapia, oncología, quirófano, se sumaron a nuestro vocabulario y dejaban un sabor agrio en nuestras bocas cada vez que las pronunciábamos.

Los meses que se deslizaron en la vida de la familia a partir de ese Marzo solo se pueden describir como una vorágine de experiencias y sentimientos que marcaron un hito. Los tratamientos no funcionaron. Solo pudimos acompañar la batalla de este caballero con consuelo, cercanía, comprensión, abnegación y así, en Septiembre de 2001 – mientras el mundo lloraba la pérdida de cientos de almas por un abominable acto terrorista en la ciudad favorita de mi padre- se nos fue.

Celebrar hoy el Día Internacional de la lucha contra el Cáncer es mucho más que recaudar fondos para la investigación, desarrollo de tratamientos o de la cura misma. Es más que recordar a los que ya no están por causa de tan temida afección. Mientras grandes científicos dilucidan los misterios del cáncer, el fin último de esta fecha debe ser incentivar la información y la prevención. Las precauciones que podamos tomar para evitar contraer tal enfermedad o detectarla a tiempo, son las armas que, batalla a batalla, nos impulsarán a ganar esta guerra.



Ágata G.