BLOGGER TEMPLATES AND TWITTER BACKGROUNDS

martes, 1 de junio de 2010

Catarsis




Dedicado a la Mujer Maravilla que me habita, que por culpa de tres motorizados
hoy no se siente tan Maravilla




Ayer fue para mi un día normal solo hasta las siete de la mañana, cuando el universo, mercurio retrógrado, o no sé qué instancia, dispuso que me cruzara en el camino hacia mi lugar de trabajo con tres motorizados amigos de lo ajeno quienes, armas de fuego en mano y en menos de 15 segundos me despojaron de mi tranquilidad y mi cartera: documentos de identidad, celular, tarjetas de crédito, cable de carga del celular, pastillas para adelgazar, recibos viejos, y quizás papel envoltorio de algún chocolate de esos que irónicamente comemos para sobrellevar con mejor humor la dieta. Uno de los motorizados – el que se acercó por la ventana del conductor- ya había intentado asaltarme la semana anterior, solo y sin arma, pero se consiguió con mi deseo de no seguir engrosando las estadísticas de inseguridad de ésta, nuestra imposible ciudad. Ese día utilicé mi vehículo como arma y en dos oportunidades le hice perder el equilibrio y caer de su moto. Ayer al verme rodeada por tres hombres que apuntaban sus armas hacia mi, no tuve más remedio que entregar mis pertenencias y un poco, solo una pizca, de mi dignidad.

Lo único que cayó de mi cartera en el instante en que intentaba hacerla pasar por el pequeño espacio de la ventana que abrí fue mi estuche de maquillaje. Me causó gracia pensar que el mensaje era algo así como: Asaltada quizás, pero desprolija nunca. Qué tristeza.
El miedo que sentí, y que sentiré por algunos días, solo se compara con el malestar que me causa saber que se llevaron mis pertenencias. Varias personas expresaron, con la mejor intención de tranquilizarme, que debía estar agradecida porque no me hirieron o no perdí la vida – y lo estoy-, sólo se llevaron mis cosas. ¿Solo se llevaron mis cosas? ¡No! Ese celular último modelo, esa cartera de marca fueron adquiridos por mi gracias al fruto de mi esfuerzo diario y honesto. No solo se robaron mi celular y mi cartera, sino también un poco del empeño con el que trabajo. No es apego por lo material o por lo banal, es estar segura de que lo poco o mucho de lo que soy dueña ha sido ganado con trabajo arduo, a nadie se lo he robado, nadie me lo ha regalado. Me revuelve las entrañas que al suceder estas injusticias tratemos de consolarnos diciendo que – “Por lo menos no me quitaron la vida”- Si, les repito que si estoy agradecida, pero parto del principio de que nadie debió haber atentado contra mi tranquilidad o mi propiedad. Nadie debió haber intentado robar por la fuerza algo que no le pertenecía blandiendo armas como si mi vida no tuviera valor alguno.
Alguien me comentó que estaba seguro que yo conducía mi vehículo mientras hablaba por teléfono, haciéndome sentir que si era así yo había sido la culpable de que me robaran. Estoy totalmente clara de que debemos cuidarnos y no tentar al destino, pero, por qué debemos seguir aceptando que el desorden, el caos y la anarquía nos sigan ganando los espacios? ¿Por qué debo esconder de maneras insólitas mi teléfono en mi vehículo? ¡Es mi teléfono, es mi vehículo! Nadie debería sentirse con el derecho de atentar contra otra persona. Es una utopía, lo se; sin embargo estoy segura de que la mayoría de los que lean estas líneas estarán de acuerdo con ese principio básico de convivencia.

Situaciones más atroces se protagonizan en Caracas todos los días. Un teléfono y otras “chucherías” robadas son nada comparados con un secuestro, un asesinato, o cualquier otra forma de crimen en esta ciudad de la furia. ¿Acaso no merecemos paz?

No se cómo se resuelve este problema tan grave que padece mi país. De lo único que estoy segura es que volveré a comprarme un celular ultra moderno. Volveré a consentirme con alguna cartera de marca. No asalto a nadie para tener lo que tengo. Me levanto muy temprano a trabajar de manera honesta. Mis padres lo hicieron y mis abuelos también. Nadie – ni el miedo que siento- me va a impedir disfrutar del fruto de mi esfuerzo.
Àgata G.