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domingo, 21 de marzo de 2010

Disertación desde el concierto



A mi niña del mes de Noviembre
A mi niño del mes de Julio



Eran las dos de la tarde cuando llegamos a La Rinconada. Al ver la cantidad de personas que se aglomeraban en la fila de casi dos kilómetros para entrar al recinto donde se llevaría a cabo el concierto, tuve que inhalar y exhalar para calmarme un poco. No solo debido a mi emoción por ver al grupo que me gusta tanto tocando la música que me gusta tanto, sino también por lo que significaba compartir esa vivencia con mis hijos.

Pertenezco a ese grueso grupo estadístico de mujeres que se han convertido en madre durante su adolescencia. A pesar de las dificultades que supuso para mi haber dado a luz a dos hermosas criaturas a tan tierna edad, puedo dar fe de que gracias a gente que me quiere y a quienes correspondo el sentimiento, mi experiencia materna ha sido maravillosa y plena. Es cierto eso que dicen de que dejamos de vivir mucho de lo que está escrito un adolescente debe vivir, pero hoy por hoy se que la vida se encarga de equilibrar lo que nos falta en algún momento compensándolo más adelante de formas que en ocasiones ni imaginábamos y que nos hacen inmensamente felices. La experiencia de disfrutar el concierto de Metallica con mis hijos, fue una de esas compensaciones.
Fuimos a ver a James, Lars, Kirk y Robert tocando canciones estridentes, fuertes, de ritmos a veces incomprendidos , no como mamá, hijo e hija, sino como tres fanáticos del “Heavy Metal”. Vestidos para tal ocasión logramos entrar al recinto, asegurar lugares desde donde nadie pudiera bloquear nuestra vista, y conversamos con nuestros vecinos de concierto sobre las canciones, los instrumentos, y las expectativas que teníamos del momento en que la banda saliera al escenario ahí frente a nosotros. De vez en cuando yo veía a mi hijo, departiendo con tanta seguridad y desenvoltura con gente que acababa de conocer; o a mi hija intercambiando ideas con alguna otra persona como una adulta; y Ágata, la madre, no podía esconder el orgullo admirando a sus pequeños como individuos con gustos, ideas y sentimientos definidos.

A las nueve y cuarto de la noche, los cuatro jinetes del apocalipsis entraron en escena abriendo con la canción “Creeping Death” y nuestras voces se unieron a otras treinta mil que gritaban enloquecidas por la fuerza de las guitarras distorsionadas, el potente bajo, las luces y la fabulosa pirotecnia – quienes hayan estado ahí saben de la calidad de los músicos y de la puesta en escena en general-. Cuando escuchábamos los primeros acordes de nuestras canciones favoritas, mis hijos y yo nos veíamos con ojos de complicidad. En algún momento de euforia sentí la mano de mi hija buscando la mía, como cuando era niña. Y mi hijo no se cansó de contarme como sus amigos le decían que querían tener una mamá a quien también le gustara lo que a ellos les gusta. Esa es la vida compensando lo que no viví de adolescente, y dejándome vivir experiencias con mis hijos que quizás otras madres no pueden vivir por aquello de la edad y la diferencia generacional.
No aplaudo el embarazo adolescente. Para nada. Se ahora que la vida debería ser vivida en etapas y con calma. Pero la vida equilibra. Lo que como adolescente no experimenté, ahora me es compensado con toda esta vivencia con mis hijos,no solo en el concierto, sino en muchas otras cosas de la cotidianidad de nuestra existencia.

Esa noche, cuando Metallica se despedía de Caracas tocando “Seek & Destroy”, supe que el recuerdo que me quedaría no sería solo el espectacular concierto al que tuve la oportunidad de ir, sino haberlo disfrutado al máximo con mis niños, mis hijos.


Ágata G.
Orgullosa madre